Thunder road. La vida no tiene estribillo
THUNDER ROAD
LA VIDA NO TIENE ESTRIBILLO
En mi casa, la que ahora llamo casa de mis padres, se puede cuestionar todo. Porque la vida, que diría el “pater”, no es blanca ni negra, hay muchas izquierdas y derechas y la fe se deposita en lo que uno quiere. Pero en casa de mis padres no cuestiones a Springsteen, eso nunca.
Thunder Road es un tema incluido en el álbum Born to Run, del año 1975, siete años antes de que yo naciera, así que supongo que esta canción me vino por herencia.
Suena la armónica y se abre una ventana, es el comienzo de una montaña rusa de emociones que me traslada a los veranos de mi niñez: al bocadillo en la playa, a las siestas en la tripa de Cujo que con nosotras era manso, a las tardes en las que venían Jaime, Nanín, Osvaldo y Mari Carmen a tomar café con mis padres y ya no se iban hasta bien entrada la madrugada, a los atardeceres amarillos, naranjas y rosados, a los viajes en coche jugando a las señales, a los batidos de chocolate de La Gamela, a los vinilos de mi padre que había que coger con permiso antes, y con confianza ahora, a las motos los domingos. Bruce comienza a cantar, casi hablado, y se me acelera el corazón, y de pronto he crecido y estoy tomando el aperitivo del 24 de diciembre, vino en mano, hablando de la vida con el pater, porque él sigue lleno de vida y de inquietudes. Y está más tozudo, más plateado y más burlón.
Thunder Road es su canto al amor y al inconformismo, su forma de entender las cosas, su “vamos a intentarlo” y lo veo a él en cada acorde, en cada segundo. Con su risa contagiosa, con nuestra complicidad absoluta, con nuestras sanas diferencias.
Y ahí es cuando me invade la melancolía. Bruce es nuestra banda sonora, y Thunder Road el tema principal. No tiene estribillo, como la vida, que si lo tuviera, sería demasiado predecible y agotadora. Durante muchos años, fue mi ancla y mi remedio a la morriña, era una conexión invisible con momentos que recuerdo felices, pero ahora esa ancla es más triste, miedosa y envejecida.
Sea como sea, termino rindiéndome a tararear ese final instrumental que me hace recuperar la esperanza y el futuro, me devuelve la sonrisa. La canción todavía no ha acabado, y me entrego a la paz que me transmite que esa parte todavía está sonando, recordándome que aún queda tiempo, ese tiempo descompasado. El suyo, que mira hacia atrás con orgullo y ya tararea despreocupado, y el mío, que aún tiene más mitad de la canción por recorrer.
Y es que los años me han enseñado que para mí Thunder Road no es una canción gallega, es dedicada a un gallego.
Autor: María Cuiñas.