El hombre que casi conoció a Jota

El hombre que casi conoció a Jota

Antes de que comenzase el pasado tórrido mes de julio, cuando Madrid todavía era habitable y no se había producido aún la gran migración que cada año lleva a los madrileños a buscar tierras húmedas en las costas del país como estampidas de ñus cruzando el rio Mara al llegar la estación seca, me dejé arrastrar por un amigo al concierto de “Él Mató a un Policía Motorizado” que se celebraba en el Parque Tierno Galván, antigua sede del festival Tomavistas y que ahora se reserva para su versión Extra en una semana de conciertos de recurrencia diaria. Desconozco los motivos y la aceptación que habrá tenido entre el público general la idea de haber trasladado el formato original del festival al frio y distante recinto de IFEMA, pues pocos argumentos a favor se me ocurren para cambiar la magnificencia de un anfiteatro al aire libre como enclave de un concierto por un pabellón techado con paredes de pladur. Pero esa, es otra historia.

Llegamos algo temprano, por lo que nos dio tiempo a ver los últimos minutos de los teloneros, Cala Vento, torrente de talento y demostración de que lo minimalista – guitarra y batería- puede llegar a veces a dar sensación de Kitsch, pues es asombroso como, en ocasiones, con ellos en el escenario, parece que haya una orquesta entera sobre este. No obstante, no somos tan adeptos del grupo -ni la edad ya nos lo permite como para formar parte del centenar de jóvenes que se agolpaban exaltados al frente del escenario saltando y golpeándose al ritmo de las estridentes canciones que retumbaban por los altavoces. No, ya no somos eso, y creo que mi espalda lo agradece. Optamos por una posición algo más recatada, al fondo, cerca de las barras que se distribuían de forma serpenteante alrededor de todo el recinto, como si la cerveza fuese una de esas materias primas incluida en la crisis de abastecimiento que, al parecer, nos azota. Esta ubicación nos permitía entendernos sin tener que alzar la voz demasiado si queríamos comentar algo y otear el horizonte de forma tranquila, sin sobresaltos, escudriñando al público en busca de algún sospechoso habitual que siempre sueles encontrar en este tipo de saraos.

En un momento dado, mi amigo, siempre mucho más aquilino y eficaz que yo en esta labor, me dio un codazo en el brazo y, moviendo la cabeza de forma intermitente a modo de señalización hacia una dirección determinada, a la vez que arqueaba las cejas para enfatizar el gesto, me dijo, mira, es Jota de Los Planetas. Eché un vistazo para comprobar que, efectivamente, era él el que se escondía bajo una gorra que, si la portaba a modo de disfraz para no ser reconocido, no debía cumplir muy bien su misión pues eran muchos los que le identificaban y se acercaban a intercambiar algunas palabras con él o solicitarle una foto. Me quedé observando un rato, y enseguida llamó mi atención un detalle en el que quizá no había reparado antes, la diversidad de la gente que le identificaba y se presentaba ante él reconociéndole cierta melomanía: desde los más Indies del lugar ya entrados en años que, como si el mundo se hubiera detenido en aquel fib del 2.002 en el que ya tocaban Los Planetas, siguen luciendo los mismos vaqueros ajustados, camisas de manga corta con estampados imposibles, zapatillas Vans y desaliñados bigotes, no pareciendo importarles demasiado los vestigios del paso del tiempo, pero hasta los más jóvenes hijos de este siglo que, presos de la incesante evolución tecnológica, nunca serán conscientes ya de que algún día el cine se filmaba en formato Super 8.

Me quedé pensativo, reflexionando sobre este amplio espectro de seguidores, ahondando en el concepto de trascender a través de generaciones como, quizá, evidencia más clara de haber alcanzado el éxito en un sentido pleno, y motivo por el cual ser admirado por unos y servir de influencia para otros a pesar del trascurrir de los años. Lo más parecido a rozar la excelencia, si esta existe, pues es un concepto tan subjetivo que delimitarla no es tarea fácil.

Cuenta Oscar Tusquets en sus memorias, Vivir no es tan divertido y envejecer un coñazo, que ha conocido y colaborado con creadores de todas las disciplinas artísticas, y que, por haber vivido tantas experiencias, visitado tantos lugares, disfrutado de tantas obras de arte y de tantas personas interesantes, se considera un privilegiado superviviente. Y es que rodearse de la excelencia no es garantía de nada, pero a veces puede entenderse como un atajo hacia la felicidad por todo lo que esta te aporta.

Jota se perdió entre la multitud sin que yo, aquejado siempre de cierta desidia a exteriorizar cualquier tipo de entusiasmo en estas ocasiones y reacio por defecto a inmortalizar cualquier momento reseñable en fotos impersonales que acaban siempre perdiéndose en esa nube que algún día acertaré a entender dónde se halla y cómo funciona, hiciera el más mínimo esfuerzo por acercarme. Lo último que supe de él aquel día fue que terminó subiendo al escenario tocando con Él Mató, grupo del que se confiesa bastante seguidor, el último tema del concierto, Mi próximo movimiento -como no podía ser de otra forma-, coreado por todos los allí presentes.

Resalta Nacho Vegas en una canción en la que recapitula las hostias que le ha dado el mundo un momento de inadvertida felicidad entre todas esas miserias

 

…lo he pasado bien

y casi conocí

en una ocasión

a Michi Panero

y es bastante más

de lo que jamás soñaríais en mil vidas…

 

Jota quizá no haya adquirido el aura de misticismo que rodea al menor de los Panero, pero, al igual que él, ha conseguido trascender, que no es poca cosa. Y yo puedo decir que un día casi le conocí.

 

Autor: Rubén García